Mi
querida, tu carta de julio me llega en septiembre, espero que entre
tanto estás ya de regreso en tu casa. Hemos compartido hospitales,
aunque por motivos diferentes; la mía es
harto banal, un accidente de auto que estuvo a punto de. Pero vos, vos,
¿te das realmente cuenta de todo lo que me escribís? Sí, desde luego te
das cuenta, y sin embargo no te acepto así, no te quiero así, yo te
quiero viva, burra, y date cuenta que te estoy hablando del lenguaje
mismo del cariño y la confianza –y todo eso, carajo, está del lado de la
vida y no de la muerte. Quiero otra carta tuya, pronto, una carta tuya.
Eso otro es también vos, lo sé, pero no es todo y además no es lo mejor
de vos. Salir
por esa puerta es falso en tu caso, lo siento como si se tratara de mí
mismo. El poder poético es tuyo, lo sabés, lo sabemos todos los que te
leemos; y ya no vivimos los tiempos en que ese poder era el antagonista
frente a la vida, y ésta el verdugo del poeta. Los verdugos, hoy, matan
otra cosa que poetas, ya no queda ni siquiera ese privilegio imperial,
queridísima. Yo te reclamo, no humildad, no obsecuencia, sino enlace con
esto que nos envuelve a todos, llámale la luz o César Vallejo o el cine
japonés: un pulso sobre la tierra, alegre o triste, pero no un silencio
de renuncia voluntaria. Sólo te acepto viva, sólo te quiero Alejandra.
Escribíme,
coño, y perdoná el tono, pero con qué ganas te bajaría el slip (¿rosa o
verde?) para darte una paliza de esas que dicen te quiero a cada
chicotazo.
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Julio
y Alejandra mantuvieron una estrecha relación entre 1960 y 1964. Fue en
París. Les unía la pasión por Rimbaud y los malditos, los desgarros
guturales de la voz de Janis Joplin, Cesar Vallejo, la literatura.
Cortázar nunca ocultó su admiración por la poesía de esa menuda y
tartamuda muchacha de origen judío que acabó con su vida de manera tan
trágica. Fue su conciencia, su ángel protector y su demonio sagrado.